miércoles, 13 de diciembre de 2017

Hoy día de la desaparición física de Argimiro Gabaldón, les voy a contar 3 cuentecitos en uno de Doña Esther, mujer muy ligada, políticamente al Comandante Carache.
por RAFAEL POMPILIO SANTELIZ
DOÑA ESTHER.
Doña Esther fue una de las grandes colaboradoras de la guerrilla de Argimiro Gabaldón. Desde aquella mañana en que el Comandante Carache pasó con su tropa de cachorros, los Tigres de Miracuay, y ella les salió al paso para ofrecerles lo poco que tenía: un cafesito del conuco, recién colao. Así se lo ofreció. Agradecido Chimiro, le aceptó el obsequio. Entonces doña Esther apareció con dos totumitas, con un café muy bueno de agua, frío y simple. Pero Argimiro era un caballero y se lo tomó con agrado. Cuando le preguntó cómo le había parecido, le contestó: Usted parece adivina, me dio el café como a mí me gusta, aguarapado, simple y frío. Y por ahí siguieron su camino, hasta las tierras altas de Trujillo.
Dicen que en esas caminatas Argimiro era un líder, que aunque ya maduro, aleccionaba a los jóvenes sin demostrar cansancio. Pero esa vez subiendo la Teta de Niquitao, le comentó a Espartaco, uno de sus allegados en la intimidad del camino: “Carajo, yo he mamao muchas tetas, pero esta me mamó a mí”, le dijo al espaldero de sonrisa cómplice.
Doña Esther, siguió colaborando, escondiendo, cocinado, avisando, curando, protegiendo. Hasta que un día le cayó el ejército, que ya tenía tiempo vigilando la casa. Ella como si nada, seguía en sus tareas domésticas y en las mañanas, como jugando escondido, los descubría a gritos para que salieran de su escondite: Fulanito, les gritaba, yo se que estás ahí, atrás de la mata de tapara, vení a tomarte un guarapito caliente que hace mucho frío. Y así fue acercándose a la tropa, para conocer de cerca al enemigo.
Así seguían, en la vigilia unos y en el alerta otros. Un día jueves, temprano, apareció el teniente Isidro. Despiadado asesino de campesinos, que sin miramientos ordenó la requisa del rancho de doña Esther. Voltearon todo, hasta llegar a una petaca, que al destaparla salió un reguero de balas de FAL. A lo que el enloquecido teniente le requirió, la causa, motivo o circunstancia del por qué dicho arsenal estaba en su casa. A lo que doña Esther, con voz inocentona le explicó.
-Mire teniente, esas cosas a mí me dan miedo. ¿Qué voy a saber yo de dónde salieron esos proyectiles. Con decirle que aquí, en las mañanas, este patio amanece esteraito de cagarrutas de chivo. Y yo no tengo chivos. Dese usted cuenta.

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