viernes, 21 de abril de 2017

El Patillal
Andábamos recorriendo la sabana. Buscando saber dónde fue la guerra que habíamos perdido. El sol derretía la espalda, hervía la sangre. Lloraba el cuerpo y nos rascábamos con las uñas trayéndonos el sucio de la intemperie
Casi al salir del crispante laberinto, bajo ese sol de incendios, cansados y sedientos vimos la belleza de un patillal. Y entramos a una casa de bahareque sencilla y modesta. Le preguntamos al campesino que allí estaba, sentado en una mecedora mostrando el trabajo en su cuerpo, rodeado de su mujer con niños, que si nos podía ofrecernos unas patillas. El respondió, que tomáramos las que quisiéramos. Nos acercó un saco. Inmediatamente le pregunté cuánto le debíamos. “ Deme lo que usted quiera? Le di un abrazo fuerte y sostenido de agradecimiento. Al separarnos le dejamos un número telefónico, por si acaso pasaba por nuestro pueblo y nos visitaba. Dijimos adiós, nosotros al estilo militar, él con la mano en alto bailándola levemente. Ya lejos comenté sobre la lágrima que había rodado por la cara de aquel hombre bondadoso
Unos 15 años después entró una llamada. Un hijo de aquel hombre informaba que Juan Pérez había muerto, y le había encomendado encarecidamente que le informara que por sus ocupaciones no lo había podido ir a visitar y, que usted había sido el amigo más importante en su vida, más que familia. Él siempre contaba a la gente, lo del abrazo a cambio de unas patillas. Se cortó la voz, el silencio también provoca llanto.

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