Almagro, Venezuela como obsesión maníaca
ALI RODRIGUEZ ARAQUE
La obsesión en general, entre distintas
definiciones, se entiende como un “trastorno que se expresa en una especie de
compulsión recurrente”. Por su lado, la mitomanía ha sido definida como la
mentira patológica que se expresa en una invención inconsciente y demostrable
de acontecimientos muy poco probables y fácilmente refutables.
Si observamos al señor Luis Almagro,
actual Secretario General de la OEA, rápidamente captamos en él una conducta
obsesiva en todo lo que se relaciona con Venezuela. Pero en este
trastorno evidente, se encontrará que dicha conducta, además, cabalga sobre una
compulsión maníaca. Una y otra vez, aparece la patria de Bolívar en la
mente perturbada del señor Almagro, poblada constantemente de
falsificaciones fácilmente demostrables.
Ahora bien, que un personaje padezca de tales
dolencias, ciertamente es un problema. Pero si el mismo ostenta un
cargo como Secretario General de una organización multinacional, puede representar
un peligro cierto. ¿Cómo llegó allí? Llegó tomado de la mano de José Pepe
Mujica, quien lo había hecho su Canciller cuando ejerció la Presidencia
del Uruguay. En aquellos tiempos, Almagro había mudado sus simpatías del
derechista Partido Nacional, al izquierdista Frente
Amplio, identificándose con sus postulados.
Cuando Pepe Mujica decide apoyarlo como candidato a
la Secretaría General de la OEA, logra el voto de Venezuela que ya albergaba
algunas dudas para tal apoyo.
La organización de los Estados Americanos,
liderizada por este señor, olvidó sus objetivos y
propósitos fundamentales, como afianzar la
paz, la solidaridad, la defensa de la soberanía y el
respeto al principio de la no intervención. Para atacar a
Venezuela, olvidó los problemas humanos, como erradicar el terrorismo y la
pobreza extrema de un continente.
La OEA, por su parte, es un cuerpo que languidece
desde hace años por el rol que muchas veces cumplió como “Ministerio de
Colonias” de los Estados Unidos de Norteamérica, tal como la calificara el muy
bien recordado Canciller Cubano Raúl Roa.
Nacida en medio de la sangre del
“Bogotazo”, donde miles de colombianos murieron al reaccionar frente al
vil asesinato de su líder Jorge Eliécer Gaitán, la OEA surgió como parte de la
Conferencia Internacional Americana, en 1948. Desde entonces, su historia se ha
caracterizado por dar la espalda a los pueblos de Nuestra América y callando o
respaldando intervenciones, golpes de Estado y crímenes de distinta naturaleza.
No por simple casualidad, Cuba quedó fuera de dicha organización desde el 31 de
enero de 1962.
Tal realidad, unida al despertar de los pueblos,
con liderazgos como el de Chávez, Kirchner, Evo, Rafael Correa, Lula, Dilma y
los brotes en miles de jóvenes, ha provocado el surgimiento de nuevas
organizaciones como los casos de UNASUR y la CELAC, con un rol creciente en los
escenarios regionales y mundiales. Este proceso va colocando progresivamente a
la OEA como un cuerpo sin verdadera representatividad de nuestros pueblos.
Hay buenas razones para pensar que esta
organización difícilmente pueda cumplir un rol positivo para la región. Al
menos con una Secretaría General que, lejos de ocuparse de promover la
unidad, la paz y el buen relacionamiento entre nuestros países, emplea posición
y recursos –propios y ajenos- colgado en los faldones del poder imperial
del Norte y de la más agresiva derecha del continente, buscando provocar
una intervención violenta con explícito apoyo de sectores desquiciados dentro
de Venezuela. De qué otra manera pueden entenderse palabras y llamamientos
como:
"Aprobar la suspensión del desnaturalizado
gobierno venezolano es el más claro esfuerzo y gesto que podemos hacer en este
momento por la gente del país, por la democracia en el continente, por su
futuro y por la justicia"…"Hoy en Venezuela ningún ciudadano tiene
posibilidades de hacer valer sus derechos; si el Gobierno desea encarcelarlos,
lo hace; si desea torturarlos, los tortura; si lo desea, no los presenta a un
juez; si lo desea, no instruye acusación fiscal. El ciudadano ha quedado
completamente a merced de un régimen autoritario que niega los más elementales
derechos".
Con expresiones tan alucinadas sobre un país ¿qué
puede esperarse sino una intervención? Pero, ¿y las consecuencias de una
acción como la deseada por este señor? No fue así como se crearon los
falsos escenarios para la destrucción de
Libia? Y, ¿piensa, élque es posible destruir a Venezuela sin que
se desate “la guerra de los cien años”, como una vez lo dijera Fidel?
Consciente de tales riesgos, Pepe Mujica el 18
junio 2016, le dirige una carta pública al señor Almagro para
exponerle: “Luis: Sabes que siempre te apoyé y promoví. Sabes, que
tácitamente respaldé tu candidatura para la OEA. Lamento que los hechos
reiteradamente me demuestren que estaba equivocado. No puedo comprender tus
silencios sobre Haití, Guatemala y Asunción, al mismo tiempo publicas carta
respuesta a Venezuela.
Entiendo que sin decírmelo, me dijiste ‘adiós’.
…Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé
irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido.
Pepe”.
Y, en verdad, que es lo que
deberían continuar todos los líderes dignos que hoy hacen presencia
en un organismo cada día más merecedor, el mismo, de la aplicación de una
acción conjunta para transformarlo en algo verdaderamente útil más que para
desventuradas fantasías de del fenómeno obsesivo maníaco de tan mala copia
hitleriana
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