Que amor ni que nada.
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El amor convencional, es “bello milagro”, especie de la organización de la imprudencia, hay que irlo tratando como un trastorno afectivo-sexual de naturaleza ideológica. Así como la acumulación de capital es una mitología destinada a conjurar el miedo a la muerte, el amor es un mito destinado a conjurar el miedo a la soledad. Ese sentimiento que busca aliviar el temor a la vida, por su obnubilación no ve que el capitalismo, sistema basado en la explotación y la competencia más asolidaria, como la causa fundamental de la soledad extrema en que vivimos.
En el refugio de pareja, se congela la afectividad y la sexualidad al estadio infantil. Cuando dos personas se “comprometen” por sus ansias edípicas, la frustración parece inevitable. Los celos y su combo de posesividad, dependencia, ansiedad y agresividad, son su consecuencia lógica. Se han declarado “únicos e insustituibles” y ambos han creído la farsa del otro; se han idealizado. Al sentir de nuevo el miedo fóbico al abandono, situación que ocurre cuando el cónyuge no está a dedicación exclusiva, aparecen la rabia, la mentira y la violencia, como espejos de un sistema que aplica el castigo, a quien subvierte la norma.
Esta arraigada religión se prolonga en la espera. Pareciera que el mejor amor aún no ha llegado. Bonito sería que las personas pudieran comprender las causas últimas del asunto. Dilucidar cómo del embelesamiento, pasamos inevitables, a la neurosis. Entonces, sólo entonces, pudiéramos desarrollar otras formas de solidaridad y simpatías. Se neutralizaría el odio intrínseco en la misma moneda y se pudiera, quizá, cultivar la amistad que acepta todo, aún lo que no comprende. En esa dirección, se intentaría construir una relación íntima y respetuosa de la identidad y la autodeterminación ajena; sin sexualidades coercitivas; abiertos y libres hacia el porvenir.
La mayoría de los fracasos amorosos se atribuyen a causas personales. Enfrentar esta enajenación descrita sería la premisa para sentir el amor como algo cierto, bueno y hermoso. Si pudiéramos separar los aspectos negativos para enfrentarlos mientras potenciamos los positivos, sería un avance. La lucha por la transformación global de la sociedad estaría en relación dialéctica con la subversión intracultural del individuo.
Recetas todavía no hay. Así como tenemos pocas ideas de lo que sería una sociedad libertaria, del deber ser afectivo sólo hay ideas vagas. Sabemos que el amor no represivo y la sociedad no represiva están en íntima relación, tan igual como lo está la neurosis humana con el capital. 
Destruir los reductos más profundos de esta filosofía internalizada es luchar al unísono contra la ideología dominante y sus trampas. Hay un templo que han cimentado en nuestra existencia. El colonialismo interno ha construido un bunker en nuestros corazones. Mientras no vomitemos a esos mercaderes que con sus dioses y sacerdotes se han instalado plácidamente en nuestro ser interior, nunca podremos imaginarnos, tan siquiera, la tan mentada libertad.


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